Tengo una casa hermosa
que compraron mis abuelos
en donde virvieron mis tíos de niños
algún tío de grande
Tengo una casa hemosa que mis padres compraron a mis abuelos
y mi madre la habitó colgando muñecas
mexicanas y afiches revolucionarios
Tengo una casa hermosa
que llego a mi por el amor y la generocidad,
que aprendí a habitar
barriendo miedos y tristezas
desempolvando afectos
Tengo una hermosa casa
por la que entra el sol en la mañana
con su luz naranja y amarilla
desde la que escucho las aves en la mañana
el silbido de las seis de una fábrica a lo lejos
he puesto los cuadros que pintó mi abuela
y muy lentamente la voy llenando de plantas
Camino entre los manzanos
y mi corazón está lleno de dudas,
me tumbo en la noche viendo las estrellas
asomándose ahí entre las ramas de los árboles,
no hay destinos trazados en ellas,
la noche oscura, como mi piel,
solo lleva misterio,
recorro con los dedos los frutos
suaves e imperfectos de colores encendidos u opacos
y sueño.
Quisiera ser el agua y habitar cada cuerpo,
ser parte del todo y dar estructura,
fluir, evaporarme, y ser de nuevo.
Quiero fundirme con la noche y la tierra,
volver al origen y ser luz.
Abuelita rayito de sol,
abuelita sonrisa de luna,
abuelita semilla de seiba,
cantame al oido
y que tus manos sanadoras arropen mi vientre.
Abuelita pidra preciosa
despiértame cuando todo pase
para ponerte una ofrenda en noviembre
y cantarte junto con todas las semillas
que dejaste sembradas en estas tierras.
Ya llegará el día que nos iremos juntas
a jugar a encontrar formas en las estrellas
y dibujar planetas.
Hoy amanecí hierro
y soy gris
y fragil
y me falta la gracia
de la rama que baila con el viento
y el sonido es un paso doloroso
que hace vibrar intensamente todo el cuerpo
pero el hierro también fluye
como lo hace toda la materia
solo es tiempo
solo es tiempo
Madre Coyolxauhqui
tú que has sido desmembrada
cuídales y traeles de regreso.
Con tu escudo defiende
del viento, los dientes del coyote
y el tiempo,
cada tesoro.
Recoge su sangre
en flores y
alimenta con ella a la seiba, el manglar,
los pinos y el mezquite,
para que el olor de los árboles nos guien.
Que sus hojas teñidas de rojo
hagan aullar al coyote y al lobo,
rugir al oso y al jaguar,
para que en su sueño no tengan descanzo
los hombres verdes con manos de metal y aliento de fuego.